¿Por qué los contratos son tan difíciles?

Como sabemos, el inglés jurídico es complejo y se caracteriza por su palabrería. El ejemplo más claro de ello lo encontramos en el Derecho contractual. La extraordinaria verbosidad del Derecho contractual inglés se debe a varias razones. La primera es la perseverancia de un ritualismo anticuado. Además, en el Common law la importancia del derecho escrito es más restringida que en el sistema continental. En el Derecho contractual, la jurisprudencia sigue siendo la base misma del sistema jurídico.
No existe ningún tipo de legislación general que defina la situación jurídica de las partes de un contrato. En consecuencia, las partes tienen que utilizar el propio contrato para abordar todas las posibles situaciones que puedan producirse en el futuro, sin la oportunidad de remitirse a la ley escrita. Por eso, un contrato regido por el derecho anglosajón puede incluir cualquier cláusula, siempre que no contravenga los principios básicos del derecho o las normas jurídicas determinadas por el legislador.

Si las partes omiten algo en un contrato, no pueden confiar en que los tribunales lo introduzcan posteriormente en su nombre mediante una interpretación. De hecho, según el Derecho anglosajón, los términos de un contrato siempre se interpretan de forma estricta y literal. La norma de interpretación se denomina «parol evidence rule»: si el significado del contrato es claro, no se admite ninguna otra prueba de su contenido. El propio contrato debe contener todo lo necesario al respecto. Por eso, el lenguaje de un contrato regido por el derecho anglosajón debe ser lo suficientemente general como para abarcar todas las situaciones, pero lo suficientemente preciso como para garantizar que la posición jurídica de las partes sea inequívoca. En la práctica, como la mayoría de nosotros sabemos, los contratos ingleses y estadounidenses contienen largas listas que tienen en cuenta todos los elementos que podrían entrar en su ámbito de aplicación, hasta la más mínima probabilidad. Las cláusulas contractuales son, por tanto, prolijas y torpes.

Hoy en día, como explicamos en nuestros cursos, la nueva «tendencia» es simplificar el lenguaje de los contratos y hacerlo más accesible e inteligible. Al fin y al cabo, esto es lo que propugna desde hace años el movimiento Plain English. Este es el nombre que se ha dado al primer esfuerzo por cambiar el lenguaje y redactar los documentos de manera que puedan ser entendidos, no sólo por los técnicos jurídicos que los redactan, sino también por los consumidores que se ven obligados por sus cláusulas. Esté atento a las noticias sobre nuestro nuevo curso que trata precisamente de esto, próximamente.

 

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